Nuestro querido profesor de Transporte Aéreo, Ramiro Fernández, acudía a clase con esa prestancia real de catedrático, poco habitual en aquellos magníficos años de la Transición. Ramiro acudía elegante y con el rostro siempre moreno, casi tostado, que ayudaba a completar una figura de quien sabe de mundo, además de ecuaciones.
Sus clases, que impartía en la penúltima aula del rincón del ala derecha de la Escuela, eran diferentes y abordaban una asignatura un tanto denostada por quienes en nuestra Escuela entendían que el Transporte Aéreo y los Aeropuertos eran teoría menor.
Con su muy buena preparación y experiencia del mundo exterior a las paredes de la Escuela, el mundo empresarial, el profesor Ramiro Fernández nos trasladaba las últimas realidades del Transporte Aéreo y su importancia en el mundo, y más en esa España de los 80 en la que se produjo la mayor explosión que se ha vivido en la aviación en nuestro país, gracias al desarrollo del turismo, con la aparición del chárter, y la aviación regional.
Sus clases siempre interesantes y preparadas, incitaban a preguntas continuas que él siempre resolvía hasta que el alumnado conseguía entender conceptos como la relación entre la carga de pago y el radio de acción, es decir como avión, una flota, podía llegar más lejos o simplemente llegar de un punto a otro de la forma más eficiente.
Ramiro fue padre de muchas vocaciones, sus interesantes clases fueron la causa de que varios de los que por aquel entonces cursábamos la carrera, encontráramos nuestra vocación en el Transporte Aéreo y en sus infraestructuras y, ya con el tiempo, algunos tuvimos la suerte de encontrar a nuestro querido profesor en la vida profesional y juntos poder aplicar sus magníficos estudios teóricos y prácticos para implantar el llamado tercer nivel, la aviación regional, hoy cuna de extraordinarias empresas en nuestro país.
Siempre decía a sus alumnos al final de su asignatura, aquello de que lo importante de la carrera no eran tanto las ecuaciones diferenciales o la aerodinámica, sino que lo que de verdad nos valdría en nuestra vida profesional era la capacidad de análisis e investigación que habíamos logrado y que nos permitiría que si, por ejemplo, alguien nos pidiera hablar de las vidrieras de una catedral, seguro que en poco tiempo seriamos capaces de hacer una buena disertación sobre el tema.
Despedimos a nuestro profesor Ramiro Fernández con cariño y agradecemos sus enseñanzas, y sobre todo el haber creado escuela en nuestra Escuela al habernos enseñado que la ingeniería y el humanismo son compatibles, y que la ingeniería sirve al mundo empresarial y está al servicio de la sociedad, también agradecemos su elegancia y dandismo, que nos enseñó que ser educados y corteses, es tan importante como ser buenos ingenieros.
José Manuel Hesse y Juan Manuel Gallego, ingenieros Aeronáuticos y alumnos.
¡Gran didacta! Yo también guardo buen recuerdo de Ramiro y de sus enseñanzas. Descanse en paz.
Y gracias por este magnífico artículo. Otra prueba más de que la ingeniería y el humanismo son compatibles.
Alberto Grande, Ingeniero Aeronáutico y alumno de Ramiro.
Una gran pérdida…grandes recuerdos con Ramiro…DEP