Aena está que arde. No sé si les llega a ustedes el ruido y el olor del chisporroteo. Es tiempo de fallas y el pasado día 1 tuvo lugar ya la “mascletà” inicial con la entrada en vigor de “los cambios organizativos de primer nivel” en la entidad pública gestora de los aeropuertos.
El fuego ha prendido y las llamas pueden verse, incluso, desde Génova, 13, sede del PP en la capital de España, donde algunos contemplan con estupor y estremecimiento las dimensiones del incendio, según trasciende hasta los medios.
Pero, ¿de qué “cambios organizativos” se habla? Pues, sencillamente, de ninguno, como se quejan gritando desaforadamente desde la bodega de ese superjumbo estatal muchos de sus 13.000 tripulantes y como lamentan en el PP innumerables partidarios que habían embarcado sus ilusiones y esperanzas en el “cambio”.
El “coloso”, como en la película, está inflamado por las plantas inferiores a la cabina de mando. La llamarada de indignación y sorpresa se propaga por debajo del nuevo/viejo organigrama. “Es una tomadura de pelo”, dicen. Se trata, en efecto, de un caso más de gatopardismo, es decir de esa figura cínica y lampedusiana del cambiemos todo para que todo siga igual. “¡Y para eso ganamos unas elecciones!”, suspiran desde la sede y aledaños del partido vencedor el pasado 20N.
El último día de febrero el flamante presidente de Aena, José Manuel Vargas Gómez, hacía pública una circular con “la modificación de la estructura organizativa de primer nivel de Aena Aeropuertos” con entrada en vigor al día siguiente. Se trata de “La lista de Marín”, como se la conoce ya por la entidad pública. Veamos las modificaciones y cambios introducidos:
-director general: Javier Marín, que ya lo era antes; convertido ahora en hombre fuerte de la situación actual;
-director del gabinete de Presidencia, Pedro de Miguel, que antes lo era del director general, Javier Marín;
-director de Auditoría Interna, Alfonso de Alfonso, que ya lo era antes;
-director financiero, Miguel ángel ávila, que ya lo era antes;
-directora de Organización y RR. HH., Begoña Gosálvez, que ya lo era antes;
-director Asesoría Jurídica, Jesús Fernández, que ya lo era antes;
-director de Infraestructuras, Mariano Domingo, que antes lo era de Operaciones y Sistemas;
-directora de Planificación y Desarrollo, Amparo Brea, que ya lo era antes;
-director de Contratación, Antonio Villalón, que antes lo era de Medios y Sistemas de Gestión de la Calidad;
-directora de Administración, Susana García, que antes era directora económico-administrativa;
-director de Red de Aeropuertos, Fernando Echegaray, antes director del aeropuerto de El Prat;
-director de Servicios Comerciales, José Manuel Fernández, que se incorpora a Aena, procedente de The Boston Consulting Group, firma de la que, al parecer es vicepresidente y socio.
-Aena Internacional, Rodrigo Marabini, que ya lo era antes.
-director de Comunicación, Antonio San José, que se incorpora desde la Sociedad Estatal de Loterías y Apuestas del Estado.
O sea, que si se prescinde de las dos incorporaciones y superponemos ambas listas, la nueva de Vargas -atribuida a Marín, como dicen- y la antigua de Juan Ignacio Lema, prácticamente coinciden. Estamos ante un caso de ‘clonización’ de organigramas. ¡Y a eso le llaman “cambios organizativos”! “Menos mal que viene un experto de la Sociedad Estatal de Loterías; si no, podríamos pensar que estábamos ante un caso de tocomocho”, aseguran desde el PP y desde Aena.
Así las cosas, uno piensa: pues no lo harían tan mal los del régimen anterior cuando llegan los nuevos y les confirman o ascienden. Pero claro, cuando se recuerdan las recientes y reiteradas declaraciones de la ministra de Fomento con las quejas y lamentos por “la envenenada herencia recibida”, el “pendrive” falso entregado y la perforación de 15.000 millones de euros en el estómago de nuestra hacienda común no parece sino que los únicos culpables de tamañas fechorías sean los pocos, dos o tres, que se han caído del organigrama. Porque de lo contrario, no se entiende qué culpas debemos expiar para imponernos semejante ejercicio de autoflagelación o masoquismo.
Y si ésta es la “puesta en valor” de Aena que prometió la ministra y el “nuevo diseño” de la sociedad estatal gestora de los aeropuertos, más parece una fantasía surrealista dibujada por Lucian Freud o su amigo Francis Bacon. Ana Pastor ha anunciado a bombo y platillo borrón y cuenta nueva con el modelo del anterior equipo socialista. Ha prometido bien alto y claro en todos los foros una política revisionista y correctora de la gestión de su antecesor“. ¿Acaso van a resolver ahora los problemas de impuntualidad y retrasos en los aviones exactamente quienes los provocaron antes o fueron incapaces de solucionarlos? ¿Es que van a corregir las desviaciones de miles de millones de euros quienes no acertaron a presentar a la ministra una contabilidad fiel imagen de la realidad de Aena? ¿Van a gestionar la sociedad mejor que antes?”, se preguntan en Aena.
A lo mejor es que alguien piensa ingenuamente que se debe dar una segunda oportunidad y que para romper con lo anterior nada mejor que confirmar en sus puestos a los responsables de la denostada actuación precedente que se dispone a corregir y erradicar. Y como muestra, ahí está la reedición en Aena Aeropuertos de la antigua estructura organizativa. Sinceramente, no creemos que se pueda cambiar de gestión sin relevar a los gestores como, de hecho, no se cambia de política sin sustituir a los políticos. Aena está que echa humo y no es el pirómano el mejor candidato para el cuerpo de bomberos. Aquí y ahora se trata de sofocar un fuego: el coloso en llamas.
A no ser que, como facultativa que es, crea la ministra que en la enfermedad está su antídoto, uno no acierta a explicarse el nivel de incoherencia que supone denunciar que “Aena ha triplicado su deuda desde 2004 y casi ha reducido a la mitad su valor en sólo cuatro años” y a renglón seguido consolide en sus puestos a los máximos responsables de la gestión en los últimos tiempos.
Sería lamentable que, como ya denunció no hace mucho la propia titular del Departamento, alguien hubiera entregado de nuevo un pendrive falso con ocho folios tuneados, tratándonos de vender como nueva estructura organizativa un vademécum de material reciclado. No son pocos los que sospechan de la existencia en cabina de algún infiltrado o intruso. No es de extrañar, pues, que estén los ánimos encendidos y enardecidos. De ahí que por los pasillos se oiga repetidamente en estos días tararear emblemáticas melodías de antaño, como “Yellow submarine”, de The Beatles, alternando con “La vida sigue igual”, de Julio Iglesias, mientras, como diría Federico Fellini, “Y la nave va”.
Intelectualmente, esa “modificación de la estructura organizativa” es una afrenta a la lógica y al sentido común. Máxime, cuando los anuncios de la ministra Pastor auguraban un vuelo de largo alcance para nuestro gestor aeroportuario y, en cambio, lo que ofrecen no es sino una operación de aproximación en low-cost y en simulador.
La cosa está, pues, que arde. Y no es para menos. El coloso tiene los pies de barro, un agujero de 15.000 millones y, ahora, una llamarada de indignación en los sótanos del organigrama. Aena está incandescente y las pavesas alcanzan hasta la calle Génova. Llamar al 112, al teléfono de emergencias. Que vayan con urgencia los bomberos, por favor.