Estaba cantado que Mariano Rajoy sería presidente del Gobierno para los idus de marzo. Luego se precipitaron los acontecimientos y se adelantaron las elecciones cuatro meses. Más a favor. La calle, los poderes fácticos y mediáticos ya lo habían descontado. Y, sin embargo, parece como si sólo él -“el hombre previsible”- no hubiera previsto que le tocaba gobernar.
Hacía tiempo que la calle y la ciudadanía lo daban por hecho. Se quería el cambio. Lo decían machaconamente las encuestas hacía más de un año. Lo confirmaron los resultados electorales de los comicios autonómicos y municipales del pasado 22 de mayo. Se veía venir que el PP ganaría por mayoría absoluta en las generales. Desde el 29 de julio se sabía casi con absoluta certeza que el 20 de noviembre los ciudadanos darían su confianza a Rajoy para que se hiciera cargo del Gobierno de la nación.
Y prácticamente un mes después, el nuevo Gobierno se constituye dando síntomas de algún desajuste de última hora, cuando no se cuela en alguna Secretaría de Estado cierto elemento raro, reincidente y descaradamente contrario a los intereses del PP. Y, al menos, por lo que afecta al Ministerio de Fomento, presenta un cuadro de indicios alarmantes de repentización y urgencias, de desorientación, despiste y desconcierto. No es que los quinielistas no acertaran con el pleno al trece; es que, para empezar, parece como si el propio presidente no se creyera del todo la lista de su Gobierno que acababa de leer a los periodistas y se fue corriendo para evitar que le hicieran alguna pregunta indeseada. Por ejemplo, ¿cómo es que una profesional de la Medicina, a quien todos daban por sentado que ocuparía un puesto en el Consejo de Ministros presumiblemente en las áreas de Sanidad o Seguridad Social, había recalado en un Ministerio tan desconocido para ella y alejado de sus preocupaciones habituales como el de Fomento?¿Con qué equipo contaba?
No era ésta la única sorpresa del hombre previsible que luego se volvió invisible y silente. “Sabíamos –y sabemos- lo que nos esperaba”, dijo durante su discurso de investidura. Y al mes siguiente, contra todo lo previsible y anunciado, contra pronóstico y promesas, ¡zás! subida de impuestos porque ignoraban la cuantía del déficit real que les esperaba. Pero, ¿cómo es eso? ¿Tanto tiempo esperando y no se conocían los números? ¿Y a eso lo llamaron un “traspaso de poder modélico?” Diversas organizaciones, como la Federación de las Cajas de Ahorros (Funcas), por ejemplo, manejaban desde hacía tiempo datos que elevaban el déficit al 8%; ¿y todo un partido de la oposición con experiencia de Gobierno, con equipos bien engrasados y terminales conectadas en todo el sistema nervioso de la Administración desconocían ese extremo? ¿Ignoraban acaso que tendrían que formar Gobierno y contar con los correspondientes equipos para empezar a tomar medidas de inmediato?
¿Dónde están los equipos de Fomento casi dos meses después de la victoria electoral del 20-N? Hace medio año, Actualidad Aeroespacial preguntaba al portavoz popular en la Comisión de Fomento del Congreso de los Diputados, Andrés Ayala, con qué equipos contaba su partido para poner en práctica su modelo aeronáutico. La respuesta fue contundente: “El PP cuenta con muchísima gente. Estamos recibiendo aportaciones de gran cantidad de profesionales, de gran cantidad de gente. No debo, por una mínima discreción, no puedo abundar en esto, pero la verdad es que estamos muy gratamente sorprendidos de las ganas que la gente tiene de colaborar con el PP y las ganas que la gente tiene de ayudar a un proyecto que nos saque de este modelo”.
Después de siete años y medio en la oposición y con la alfombra roja extendida desde hace más de un año para llegar -esta vez sí- a la Moncloa, es como para venir con los deberes hechos, con todas las alternativas previstas y preparadas, con el “gabinete en la sombra” ya rodado y bien pertrechado. No vale ahora lamentarse del engaño en el déficit ni de la herencia envenenada. No sirven llantos ni lamentos, ni duelos ni quebrantos. Hay que venir ya llorado de casa, es decir, de la oposición.
Este mediodía toma posesión de su cargo el nuevo director general de Aviación Civil, ángel Luis Arias Serrano, nombrado la pasada semana. Y junto a él, el nuevo director general de Ferrocarriles, Manuel Niño González, y otros altos cargos del Departamento. Y lo sorprendente es que aún no han sido nombrados los secretarios generales de Transporte e Infraestructuras, con rango de subsecretarios, de los que aquellos directamente dependen, conforme al artículo 6 del Real Decreto 1887/2011, de 30 de diciembre, por el que se establece la nueva estructura orgánica básica de los departamentos ministeriales, que este mismo Gobierno acaba de promulgar.
Por su nombramiento de urgencia, da toda la impresión de que se da más a los subordinados que a quienes han de ser sus superiores jerárquicos. “Prior in tempore, potior in jure”, que se dice en Derecho. ¿De quién depende a partir de hoy el director general de Aviación Civil recién nombrado, dependiente legalmente de un secretario general que aún no ha sido nombrado? ¿Qué ascendiente tendrá éste -una vez nombrado- sobre su teórico subalterno ya instalado previamente? ¿Cómo se puede designar al director general sin contar con el beneplácito de quien será su inmediato mando natural?
¿Y Aena? ¿Y el control aéreo? ¿Qué va a pasar con todo ese magma de la privatización? ¿Quién encauzará el concurso de los dos principales aeropuertos -Madrid y Barcelona- cuyo plazo de presentación de ofertas expira en tres semanas? ¿Y las torres de control?
En fin; todo esto era previsible, se veía venir; todos sabíamos -¿sabían?- lo que se esperaba. ¿Por qué no se ha actuado desde el primer momento con la misma celeridad del “impuestazo”? Algo huele a improvisación y a despiste en este Gobierno.