Sentenciaron las urnas. El voto de la ciudadanía puso fin a una larguísima campaña electoral con el resultado ya descontado desde hacía tiempo por las encuestas y por una inmensa mayoría de los ciudadanos. El ciclo de un gobierno desnortado y sin rumbo llegó a su fin. La liturgia de la democracia impone ahora el adviento político, un tiempo de espera y esperanza.
“Sé muy bien lo que nos toca”, dijo el presidente electo Mariano Rajoy en la noche de la jornada electoral. Pues ahora toca hacer lo que hay que hacer y con urgencia. Antes de que sea irremediablemente tarde. Casi once millones de españoles se han pronunciado por el cambio. Las cosas no pueden seguir como están. La empresa y el pasaje han decidido cambiar al piloto y a la tripulación de esta nave a la deriva. Hace falta coraje y valentía; no es momento para medrosos y pusilánimes. La mayoría absoluta es para hacer lo que necesariamente hay que hacer sin dejarse llevar del vértigo de la impopularidad o el miedo a la pérdida de votos.
No sólo ha sido la tormenta económica y las turbulencias de los mercados las que han hecho zozobrar la nave, sino sobre todo la incapacidad de la tripulación que ni quiso advertir la gravedad de la crisis que se nos venía encima ni acertó con su diagnóstico y mucho menos con su tratamiento. Se sabe lo que hay que hacer. Ahora ya sólo queda la cirugía como remedio in extremis. Es el momento de poner manos a la obra, de llevar a la práctica lo que hasta ahora eran promesas e intenciones electorales. “A ese cambio hoy quiero convocar a todos, para ese cambio quiero contar con todos, en ese cambio me gustaría que pudieran confiar todos”, señaló Rajoy.
Hace apenas cuatro meses, cuando el ahora presidente en funciones José Luis Rodríguez Zapatero anunciaba la convocatoria de estas elecciones generales, el diputado y presidente de la Comisión de Transportes del PP, Andrés Ayala, confesaba en exclusiva a “Actualidad Aeroespacial” el modelo aeronáutico de su partido y las intenciones de cambio que lo animaban: “la navegación aérea en manos públicas y la gestión aeroportuaria abierta a la empresa privada”. Y más: “Le daremos la vuelta como si fuera un calcetín al incipiente modelo del PSOE”. Pues esa hora ha llegado ya.
Es oportuno ahora recordar lo que Ayala anunciaba en esa misma entrevista publicada en nuestra revista correspondiente al pasado mes de septiembre: “Derogaremos las medidas adoptadas llegando incluso a interrumpir el proceso de licitaciones, si llegamos a tiempo”. Y también: “lo mal hecho hay que rectificarlo”. Y a la pregunta del periodista: “¿Cerrará el PP aquellos aeropuertos absurdos, inútiles y deficitarios, por no hablar de los fantasmagóricos sin aviones ni pasajeros?”, respondió: “nosotros creemos que el ‘brake even’ de un aeropuerto se puede conseguir a partir del millón o millón y medio de pasajeros; por lo tanto, tendremos que darnos cuenta de que no hay más opción que aeropuertos rentables”.
Eso, según los datos de la memoria de Aena del pasado año, supondría el cierre obligado de una treintena del total de 47 aeropuertos españoles; algo, por cierto, en lo que coinciden quienes más saben de esto en el actual Gobierno socialista. Pero ¿quién le pone el cascabel al gato? ¿Quién es el guapo que cierra el aeropuerto de una ciudad? Sin duda, ésta, como otras muchas intervenciones quirúrgicas de obligado cumplimiento, es cuestión de consenso, acuerdo y colaboración de los dos grandes partidos. Eso forma parte del cambio urgente al que el presidente electo del Gobierno de España convoca a todos y para lo que quiere contar con todos.