Europa ha sido estos días un continente cerrado y aislado bajo un volcán; un aeropuerto con cientos de miles de vuelos cancelados. No se había conocido nada igual desde la Gran Guerra, dicen los más viejos del lugar. Durante esta semana, la erupción de un volcán bajo el hielo de un glaciar islandés de nombre irreproducible puso en jaque a medio mundo.
Los aeródromos europeos de norte a sur echaron el cierre. El viejo continente lleva prácticamente paralizado y colapsado por vía aérea bajo las cenizas volcánicas durante días. Los aviones se mantienen cuerpo a tierra, pegados al suelo. Eurocontrol ha hecho sonar las alarmas por las señales de humo tóxico que venían del techo de Europa con una denominación de origen impronunciable y emitió sus partes de guerra con el número de cancelaciones por millares.
Europa es un continente abatido, clausurado y sus gobiernos, desorientados, desconcertados. Los gabinetes de crisis han formado a la carrera. Las compañías aéreas de todo el mundo y miríadas de pasajeros por el universo han puesto el grito en el cielo. Y nunca mejor dicho. ¿Hasta cuándo -se preguntaban- durará esta maldición, esta plaga bíblica? Y la respuesta, según los meteorólogos, “está en el viento”, como ya cantara Bob Dylan. El viento, en efecto, se encargó de distribuir en pocos días por vía aérea la nube tóxica del volcán de nombre irrepetible prácticamente por toda Europa y hasta Asia.
La nube de ceniza expulsada por el volcán de Islandia llegó en poco tiempo al Extremo Oriente, provocando el colapso total en todos los hoteles desde China a Singapur. Centenares de vuelos con destino a Europa tuvieron que ser cancelados desde Sidney, Tokio y Nueva Delhi. El mundo quedó por unos días bloqueado, descoyuntado y contraprogramado. Hasta aquí llegó la marea negra en forma de nube de un largísimo miércoles de ceniza.
La IATA estableció su centro de crisis en Montreal, sede oficial de la OACI, y desde allí, ahora que parecía levantar un poco la cabeza y remontar el vuelo todavía dentro de una crisis económica que se ha ensañado con el sector del transporte aéreo, empezó a contar sus bajas de nuevo. En una primera y conservadora estimación, calculó las pérdidas de las compañías en 200 millones de dólares diarios por la disminución de ingresos como consecuencia del cierre del espacio aéreo. A ello habría que sumar otros costes en los que incurrirían las aerolíneas por el traslado de aeronaves, atención a los pasajeros y el hecho de que los aviones quedaran inmovilizados en los aeropuertos.
Los periódicos, las emisoras de radio y televisión de todo el mundo e Internet, sobre todo, transmitían los avances de la nube tóxica como si fueran partes de guerra. La invasión y la toma de nuevos espacios aéreos por la ceniza volcánica parecían revivir “La guerra de los mundos” que publicara en 1898 Hrbert George Wells y recreara para las ondas cuarenta años más tarde Orson Welles. El universo perdía el pulso, no hacía pie en el aire. Cundió el pánico. «Desde el 11-S no se había vivido una situación similar en Europa», destacaba en su titular de cabecera Euronews. «La nube de ceniza volcánica ha creado una situación sin precedentes», dijo en un comunicado el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso. Se desató el caos y se dispararon los precios de la reventa de otros medios de transporte.
Ante una situación así ¿qué se podía hacer? El hombre siempre se ha sentido débil ante las fuerzas desatadas de la naturaleza. El progreso de la investigación y el desarrollo de la ciencia aún no han sido capaces de contenerlas. Pero, de veras, ¿no había otra forma de obviar el caos? ¿No hay salida posible a la furia estremecedora del Eyjafjallajökull? No es la primera vez ni será la última que un volcán entre en erupción sobre la Tierra. Los satélites artificiales han podido ser testigos y notarios de los hechos y contribuyen a prevenir las catástrofes y evitar mayores desgracias a la Humanidad, lo que no es poco. Parece que lo malo ya pasó. Solo queda confiar en que, ante una situación como ésta, los gobernantes tengan previstas soluciones, que el trabajo de los aeronáuticos retorne a la normalidad y el sector remonte de nuevo el vuelo.