Con la llegada del equipo de Felipe Navío Berzosa a la Junta Directiva del Colegio Oficial de Ingenieros Aeronáuticos de España (COIAE) parece que se inicia el regreso a la normalidad, a la racionalidad y a la sensatez perdidas durante un tiempo en esta Corporación. Y una de las primeras medidas ha sido la disolución del cuerpo de guardia implantado en la sede colegial por el cesado decano.
“A Farewell to Arms”, dejó escrito el poeta y dramaturgo londinense del siglo XVI George Peele. “Adiós a las armas”, repitió luego en 1929 el periodista y novelista de Illinois Ernest Hemingway, Nobel de Literatura y Pulitzer de Periodismo, tras su experiencia en Italia en la I Guerra Mundial. “Adiós a los vigilantes de la plaza”, “adiós a los guardas de seguridad”, acaba de decir ahora el COIAE imponiendo la cordura del “prohibido prohibir”, impedir y vetar el acceso de colegiados a su sede, porque ésta ya ha dejado de ser “tierra hostil” para volver a ser la casa de todos.
Es un primer paso en el camino de la regeneración de la vida colegial, un avance hacia la recuperación del mandato constitucional: “la estructura interna y el funcionamiento de los Colegios deberán ser democráticos” (artículo 36 de la CE) y un hecho significativo y determinante, no meramente simbólico. Hasta 480.000 euros, según cálculos de medios colegiales, ha supuesto esta “guardia pretoriana”, el caro capricho que el cesado decano implantó para evitar que alguien pudiera imitar su estrategia de tomar la sede colegial por la fuerza mientras la Junta General del Colegio, máximo órgano de soberanía del mismo, procedía a su cese, conforme denunciaron diversos colegiados.
Por cierto, cese por cuyo recurso acaba ahora de convocar a las partes el Tribunal Superior de Madrid a personarse en el caso, según fuentes judiciales. La Justicia es lenta y aunque ya ha resuelto con contundencia sobre aspectos derivados y secundarios, después de tres años no se ha pronunciado aún clara y definitivamente sobre la principal, la verdadera cuestión del conflicto surgido en el seno de la Junta Directiva del COIAE con la llegada al Decanato de Martín Carrillo. Pero pronto podría haber una resolución, dado que una de las partes recurrentes, que luego desistió de su recurso, acaba de ser descabalgada de la poltrona colegial por voluntad de los colegiados. Y es que, como dijera Séneca, “el tiempo pone muchas veces remedio a aquello que no ha podido ponérselo la razón”.
Así pues, antes de que la Justicia se pronuncie, los propios colegiados en dos ocasiones solemnes y a través de su Junta General -órgano máximo decisorio-, el 24 de enero de 2007 y ahora, tres años más tarde, han resuelto cesar a Martín Carrillo, la primera del Decanato y la segunda del ejercicio de sus funciones como si fuera o fuese. Todo un record.
No hay mal que 100 años dure ni cuerpo que lo aguante, pero los daños y perjuicios causados pueden dejar estigmas durante mucho tiempo. El mal sólo genera maldad y padecimiento. Ya ha habido muchas víctimas, enormes jirones en vidas y amistades. Se ha causado demasiado dolor en las personas, pérdidas probablemente irrecuperables. Y se han producido graves desgarros en la vida de la Corporación como para no exigir ahora responsabilidades. ¿Qué coste ha tenido todo esto? Y ¿quién debe pagar los platos rotos?, se preguntan muchos de los colegiados. No siempre la verdad acaba imponiéndose. A veces, no lo logra nunca y en muchos casos, cuando sucede, ya no tiene la más mínima posibilidad de ejercer influencia alguna sobre los acontecimientos. Si la verdad de los hechos es importante, lo es en tanto en cuanto sirve para evitar las consecuencias de la mentira. Si no, no sirve de nada.
Pero ahora da la impresión de que empieza a desmontarse el tinglado de la antigua farsa. No se trata de un ajuste de cuentas ni del alzamiento de alfombras, pero sí es hora de exigir responsabilidades por el mal causado. Es preciso abrir bien los ojos y poner el foco sobre el abismo de miseria e iniquidad para desenmascarar tanta mentira. No se puede mirar para otro lado como si aquí no hubiera ocurrido nada. Es conveniente, justo y necesario que los colegiados sepan de una vez, de verdad y a fondo lo que ha pasado en los últimos cuatro años de la vida de su Colegio que algunos empezaron a denunciarlo a tiempo y no se les hizo caso.
Muchos han visto ahora en el trampantojo de la convocatoria de las últimas elecciones urdida con el deliberado intento de sorprender a todos lo colegiados para que nadie pudiera competir con su candidatura la verosimilitud de las denuncias que hace poco más de tres años formularon media docena de miembros de la Directiva colegial. De nada sirvieron el ardid y la artimaña. “Vae victis”, ¡ay de los vencidos!”, que dijera el galo Breno después de sitiar la ciudad de Roma.
Pero, ¿quién ha perdido en realidad aquí? ¿quién ha sido derrotado?, “¿por quién doblan las campanas?” preguntamos evocando de nuevo otro título del novelista norteamericano. Y como él, o mejor, como decían aquellos versos del poeta metafísico del siglo XVII John Donne de quien coge Hemingway el título para su novela, debemos responder: doblan por todos, doblan por el Colegio. “Nadie es una isla; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra… La pérdida de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad. Por consiguiente, nunca preguntes por quién doblan las campanas: doblan por ti”. (Meditación XVII de “Devotions Upon Emergent Occasions”).
Ya es hora, pues, de que el Colegio recupere la normalidad, se levante y eche a andar. Parece que ya ha empezado. El adiós a las armas, la despedida de la guardia de corps implantada con el asentamiento no pacífico del anterior ocupante de la sede colegial, es el comienzo de la buena marcha.