Los ángeles.- Más de un centenar de trabajadores aeronáuticos, cansados de sus largos trayectos para llegar a sus hogares o abrumados por el alto precio de los alquileres en California, han decidido establecer su residencia permanente en el parking del aeropuerto y, hasta ahora, las autoridades del aeródromo lo han permitido, según un reportaje de la BBC.
Entrar en esa zona del tercer aeropuerto más transitado de EE UU es como llegar a un camping o parque de caravanas. La particularidad de esta “urbanización” de casas rodantes es que sus residentes trabajan todos ellos en la industria de la aviación. Entre ellos hay pilotos, copilotos, asistentes de vuelo, mecánicos, trabajadores de las empresas de carga y empleados del aeropuerto.
El paisaje resulta curioso. A escasos metros de la pista sur del aeropuerto destaca el conjunto de caravanas blancas o beige sobre el asfalto. El rugido de los motores de los aviones les es familiar y, por tanto, no protestan por la lesión que pueden producirles los decibelios de las operaciones del aeropuerto. Parecen acostumbrados.
"Este es el precio de ser piloto hoy día", le dice a BBC un piloto de 45 años que trabaja para la aerolínea Alaska Airlines. Su esposa y su hijo de 7 años viven en Fresno, una ciudad situada a unas 4 horas de Los ángeles en coche. El piloto, que gana unos 70.000 dólares anuales, vive en una caravana del año 1973 que heredó de su padre. Las ventanas las tiene tapadas con papel oscuro para poder dormir de día. Hace deporte en un gimnasio cercano y se ducha allí para ahorrar agua. A su familia la ve con relativa frecuencia. Otros están solos.
"La industria de la aviación tiene un alto índice de divorcios", señala otro residente del camping. "Estamos siempre viajando, siempre lejos de casa", añade, aunque no se queja; dice que le fascina vivir así, lo lleva haciendo desde hace casi 11 años. Ese es el tiempo que ha pasado desde que las autoridades del aeropuerto decidieron formalizar una situación que había surgido por iniciativa propia de algunos trabajadores.
Afectados por la crisis económica de 2008 y por el declive de la aviación comercial, se dieron cuenta de que no merecía la pena ir y volver cada día a su casa, en algunos casos situada a cientos de kilómetros de Los ángeles.
Así empezaron a surgir grupos de caravanas esparcidos por los distintos estacionamientos del enorme aeródromo hasta que las autoridades congregaron las casas rodantes en el aparcamiento B. Sus residentes presumen de su excelente organización: los potenciales vecinos tienen que cursar la solicitud para poder instalar allí su caravana, presentar su historial de antecedentes y obedecer un estricto código de conducta en cuanto a higiene y emisión de ruidos. Sin olvidar, por supuesto, el requisito primordial, trabajar en una compañía aérea o empresa que funcione en el aeropuerto.
Sin embargo, el futuro de la “comunidad” no está garantizado. La sociedad gestora del aeropuerto, Los Angeles World Airports, ya no está tan tranquila con la existencia de esta inusual urbanización y se está planteando desalojarla. Sus habitantes, que pagan menos de 100 dólares al mes por el espacio que ocupan, no se alteran. Saben que es una forma de vida temporal y están dispuestos a aprovecharla mientras dure.